miércoles, 5 de noviembre de 2008

Una postal y el origen del sexo de las ciudades

La historia no es ni muy larga ni muy corta; exactamente de cincuenta y cinco días. Las amantes han sido tres, cada una de ellas en un país distinto y todas en la misma cama gris.
Mi romance con Londres sólo duró veintiún días. Nos llevábamos bien. De hecho, me adapté rápido a sus caricias y a sus enfados. Le gustaban tanto nuestros paseos junto al Támesis que me preguntó por qué me iba. Quería conocer a París.
Con Bruselas sólo fueron unas noches de sexo, ratitos en los que me sentía solo. No nos entendimos bien, ella demasiado sucia y yo con el olor de Londres en mi mano.
¿París? la mujer inventada por otros, la silueta que no encuentro. Dónde está la chica que llamáis París, ésa de la que tanto habéis hablado ¿está en algún burdel? No me digáis que está en esa caricatura de molino que llaman Mulin Rouge. ¿Está con los pintores en Montmartre? ¿no me diréis que es ésa que compran los turistas en láminas?
¡París! tengo mucho amor que darte. No te escondas entre los turistas, que no iré a buscarte a la torre de Eiffel. Prometo cerrar los ojos y evitar las postales, si en alguna de estas calles vienes a besarme.

Nota: Estas palabras son de una postal que dirigí a mi tío Alfonso Pérez Corrales. El motivo de publicarlas aquí es que de alguna forma son la génesis del sexo de las ciudades

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