Ella era su dama de la noche, el aroma que envolvía las alocadas lunas de su adolescencia. Era esa chica del cabello largo y castaño que apareció una noche frente a él, la misma noche que justo un año después se fue. Su piel suave y tersa rematada en sus labios y entrepierna fue el lienzo en el que el joven descubrió la sexualidad. Como una fantasía oculta la encontraba, de sábado en sábado, entre la multitud desconocida de la ciudad. Que al principio sólo se dejara oler durante el desenfreno nocturno, le dio el nombre de una flor: dama de noche. Cualquier esquina oscura bastaba para perder las braguitas y manchar de semen su vestido. Se desnudaron y gimieron en todas las calles y parques.
Conforme el tiempo pasaba la ciudad se les hacía pequeña, y sólo un lugar quedó como su escondite. En él, se mordían y se chupaban, y al acabar se sentaban enamorados junto a las flores de una dama de noche que los velaba. Hacían planes de un futuro para dos, lejos de aquella ciudad convertida en pueblo.
—Anoche soñé que te ibas sin mí.
—¿Que me iba sin ti por qué? —preguntó ella mirándolo a los ojos—. Sabes que quiero estar contigo.
—Te ibas sin decirme a dónde, queriendo olvidar nuestro año juntos... pero era mi culpa.
—¿Tu culpa por qué? —preguntó ella.
—Estábamos sentados aquí, junto a nuestra dama de noche; empezaste a llorar, te levantaste y te marchaste. Me dijiste que no querías volver a verme, que te había decepcionado.
—¿Pero qué me dijiste en el sueño para que llorara y te dijera eso?
—Te decía que te había sido infiel, que me había estado acostando con otra.
Él no la amaba (a la otra), más bien la odiaba; pero siempre acababa entre sus piernas. Era el deseo animal de follársela por detrás, de follarla como a ella le gustaba (a la otra).
Se levantó llorando —no quiero volver a verte, me has decepcionado— le dijo antes de marcharse y desaparecer para siempre.
Después de que te marcharas corté una rama de nuestra dama de noche. La corté y la metí en agua con la esperanza de que floreciera. Si al pasar los días las hojas de aquella rama no se caían, volverías; porque aquel sueño no sería real, sólo una pesadilla que me separa de ti. En cambio, si el verde se hacía marrón, sabría que la otra existió y que fui yo quien acabó con nuestro amor.
Todavía, casi veinte años más tarde, te busco en nuestro parque, al rededor de donde tantas veces nos desnudamos. Nunca estás, pero sé que un día vendrás, porque esa rama que corté es hoy una hermosa dama de noche.