sábado, 4 de abril de 2009

La magia de la cerveza

"Quisiera que mi voz fuera tan fuerte
que a veces retumbaran las montañas
y escucharais las mentes social adormecidas
las palabras de amor de mi garganta.


Abrid los brazos, la mente y repartíos
que sólo os enseñaron el odio y la avaricia
y yo quiero que todos como hermanos
repartamos amores, lágrimas y sonrisas.


De pequeño me impusieron las costumbres
me educaron para hombre adinerado
pero ahora prefiero ser un indio
que un importante abogado.


Hay que dejar el camino social alquitranado
porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas
hay que volar libre al sol y al viento
repartiendo el amor que tengas dentro."

Extremoduro


Claro que no, no me importa parecerlo, ni siquiera serlo. Si la enfermedad es una piel suave y la carne de los muslos esconde nuestro origen; no me importa morirme, desaparecer de esta realidad fría y estructurada a billetes. Pero si no es así, prefiero quedarme aquí y aprender, y mear la magia de la cerveza en ésta, o alguna otra bitácora.

Huele a caquita económica, a humo que esconde la verdad, a gente que sabe o de colores, o de luces, o de perspectivas, pero que no tiene ni idea de qué se ve en el cuadro completo.
Si hace años, como ilusos, hubiéramos propuesto alguna idea económica de carácter sostenible, los economistas de turno la habrían desechado con el calificativo utópica (y lo volverían a hacer), y dirían que el camino rentable es ése al que nos han traído, ése mismo que hoy está lleno de agujeros. No sé si los necios incompetentes son ellos por aparentar saber (o mentir despiadadamente) o nosotros por creerlos y permitir que nos dirijan.

La historia pinta mal y la gente lo sabe, lo que no se sabe es que la posthistoria tiene titulares ridículos: "el hombre moderno: una especie especial y privilegiada, la más poderosa intelectualmente, la única capaz de acabar con ella misma".

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